Sólo quiero conocerte. Capítulo I

En una pequeña aldea al norte residía una pareja de jóvenes enamorados recién casados, nuevos en la zona desde hace poco, y con un porvenir prometedor. Él se llamaba Héctor. Era de complexión atlética, pelo negro ensortijado y ojos pequeños y oscuros, que daban finura a unos rasgos fuertemente marcados por un carácter imperturbable. Era difícil hacerlo enfadar, sobre todo porque no acostumbraba a extender su ira sobre quienes no habían tenido parte en el entuerto, así que se pasaba el día feliz de su suerte, que había tenido su máxima expresión en su primer gran amor y flamante esposa: Nieves.
Ella era su razón de ser. La había conocido por casualidad, como se adivina que la Providencia tiene planeado que sea, en un descuido de sus papeles que fueron a parar a los pies de aquélla. Cuando levantó la mirada ella le sonrió apretándose la falda contra las piernas. Él se quedó boquiabierto mirándola la cabellera rubia espesa que caía como una cascada sobre la espalda, perfectamente curva. Era clara de piel, como de ojos y corazón, y tenía los labios carnosos, más vivos de lo habitual. A pesar de ser hombre de letras no tardó en comprender: era la mujer de su vida y no debía dejarla escapar. Así que se presentó y le pidió que le concediese un favor: conocerla.
La propuesta la enterneció y cedió. Cuatro meses después se casaron.
En el pueblo encajaron de maravilla, despertando las inquietudes de los lugareños, que no comprendían cómo dos urbanitas como aquellos habían decidido irse a vivir allí. Desde luego eran especiales.
Sin embargo, al año, Nieves cayó terriblemente enferma, sin diagnóstico claro.
Acudieron todos los médicos, farmacéuticos y curas de la comarca, pero ni la oración ni la ciencia parecían operar mejora ninguna. Tras tres meses de lucha murió.
Él jamás perdió la fe en su recuperación, y no dejaba de velarla. Pero al morir ella murió una parte de sí. La alegría se fue apagando como su recuerdo. Pronto se empezó a descuidar, a volverse más arisco, y su expresión y su corazón se endurecieron.
Los vecinos no tardaron en murmurar, y ya no se tenía por seguro que hubiese sido una enfermedad. Al fin y al cabo, nadie dio con el origen. Los más cristianos lo adjudicaron a la voluntad de Dios. Los más escépticos apuntaron directamente a él, pues como heredero de todos sus bienes se adjudicó una buena renta y ninguna preocupación.
Con todo, no dejaba de maquinar: iba de acá para allá, elaboraba cálculos, componía teorías, experimentaba, pero nadie sabía nada.
Al poco se hizo con una mansión a las afueras y se trasladó allí, mandando cerrar su vieja casa.
Los niños lo apodaron “el loco de las nieves”. Creciendo y deformando su leyenda los mayores contaban historias sobre él: se decía que tenía el corazón helado, que no necesitaba de nadie. Incluso se rumoreaba que comía carne cruda de los animales de su coto. No bajaba jamás al pueblo, haciéndose traer lo necesario a su puerta, donde siempre había un sobre con el dinero exacto.
Pasaron los años y nada se supo de él más allá de esos encargos. Los niños jugaban a cruzar la verja lo más despacio posible, hasta que el miedo se apoderaba de ellos y salían corriendo.En una ocasión, una de las chiquillas que acostumbraba a jugar así, y que ostentaba el record, consiguió verlo vigilante en una de las ventanas. Tan impresionada quedó por el avistamiento y tan conmovida por su historia, que se prometió que lo curaría.

1 comentarios:

  1. Tropezando entre blogs terminé aquí. Curioseando entre entradas, me encontré con esta. Tonta de mí haberme encontrado primero con el Capítulo 11.
    Pese a mi lectura invertida me gustó. Abrasador.

    Por cierto,
    Hola desconocido.

    ResponderEliminar

 

A ti, querido amigo:

He de agradecerte que hayas decidido visitar mi Blog (no cabe duda de que tienes un gusto exquisito). Y si en realidad has tropezado y caído aquí, o sólo has entrado para ver cómo se salía, te invito a que te des una vuelta. Aunque recuerda: se toca, pero no se mira.

El Consultorio de César

Aquí tenéis la cuenta de correo a la que podéis dirigiros para las dudas, sugerencias e insinuaciones. Usadlo con moderación: soycesarpaul@gmail.com