Andaba aún con el impacto calentito en la barbilla, mientras intentaba en vano reubicarme las emociones a fin de no tartamudear en exceso. Si la conmoción era el artífice de semejante alucinación, o si efectivamente me hallaba sito en el mejor momento en el mejor lugar, sólo podría ser resuelto con cualquier clase de graznido que rompiese el silencio que dio pie a la segunda de las intentonas por averiguarme el estado.
Intenté cuadrarme al estilo militar, procurando aunar gratitud y dignidad en un solo gesto, aunque con la mandíbula despistada por la impresión, sé que no ayudé más que a despertar la simpatía por el pobre que, amén de torpe, es mudo.
Sea como fuere, la fortuna me sonrió a pesar de mi falta de expresión verbal, y ella también, con que repetí el gesto y todo fluyó sin más.
A las presentaciones sucedieron las frases de cortesía, entre las que intentaba escrutar alguna que otra indirecta. Si me tenía por nuevo o estaba haciendo de mí un títere, no puedo resolverlo, pues el sentido del acertijo bien podría discurrir en la dirección equivocada con tanta alegría, que daría con el romance al traste tan contentamente sin darme cuenta, y aún me preguntaría en qué erré.
Pero ya apurábamos el párrafo, cuando se me ocurrió que a esas horas, y por su aparente falta de rumbo, lo mismo tenía por buena mi compañía, y prorrumpí en una invitación al vacío, pues eso tenía que ofrecerle, ni más ni menos, como seguro para las próximas horas.
Contra todo pronóstico, aceptó encantada, y paso que viene, paso que va, alfombramos de anécdotas nuestro recorrido. Mentiría si dijera que no intenté asimilar algún dato a cada recodo que torcíamos, pero también lo haría si dijera que triunfé: era ella tan natural, tan propia de sí misma, que mi imaginación se desasió con la prudencia con que Lolo la tenía presa, y pronto comenzó a hacernos una vida juntos, así que me perdí en el camino como lo hice en su relato.
De la proposición inicial, de la que no recuerdo los términos, se desprendió una especie de pacto, por el cual a la noche lo de la noche, de manera que las confidencias vertidas, y fueron muchas porque se ve que visto aura de confesor, encontrarían coto seguro al amparo de Mercurio.
Recorrimos sendas vidas con más acierto que menos, y dimos a parar a un punto que la geografía tenía oculto, de eso estoy seguro, hasta ese mismo tiempo. Y en este lugar me asaltó el sentimiento de que no daba con el rastro del cálculo, ni de la venganza femeninas, lo que me hizo plantearme si no era ya presa del embrujo. Como su fragancia no me dejaba concentrarme en la tarea, di por buena la opción que tenía en la mano en ese momento y me enamoré.
Tan ricamente nos habíamos sumergido en nuestro nuevo mundo, que el tiempo sintió celos y no quiso respetar, y voló. Y en estas desperté del letargo y, formulando la última pregunta, me aventuré a procurar un segundo encuentro, por si los usos no estaban claros aún.
Ella quedó mirando la ciudad en dirección a la torre de la iglesia, y, obviándome, dijo: -¿Ves el camino que sube serpenteando, pero siempre paralelo al mar, que se pierde más allá del cementerio? Pues si lo sigues, y no es difícil, toparás con una finca con un lago.-
No conseguí salir de mi estupor hasta que la última de las tocadas hirió el silencio de la medianoche, trayéndome a la realidad del momento y arrojando mi compromiso al suelo.
Entonces me invadió una angustia, la angustia de ponerle fin a una suerte que no me habría atrevido a desear por avaro, pero que debía ser aplazada o resuelta si quería cumplir con mis deberes de amigo.
Como leyéndome la mente, me clavó la mirada entornada, como lo había hecho ya en los episodios anteriores, y me atravesó advirtiéndome que ya lo sabía todo. Tragué saliva y, cobrando el valor justo como para no abandonar a las piernas a su suerte, resolví:
-He de confesarte que mi sitio es ahora otro que no es este. A él he de acudir cuanto antes y he de hacerlo porque estoy enamorado y conozco la sensibilidad de quienes lo están a pesar de todo. He de acudir al rescate de dos ánimas que eligieron el amor a la vida, y abrazaron el precio de su redención por los siglos de los siglos sin protestar. Hoy vagan entre ambos mundos cantando su lamento con la intención de prevenir a quienes puedan sentirse tentados de su misma manera.
Y es por ello, y en su nombre, que si en algo te sientes conmovida, te pido un beso.
Únicamente me faltó arrodillarme y dar rienda suelta a la lágrima que contenía en el párpado para asemejarme en un todo a un pecador arrepentido.
Pero ella no debió de pensar eso. Lo cierto es que no pude saber qué le rondaba el pensamiento, porque se quedó inmóvil, mirándome, absorta en una incredulidad que poco a poco fue sacudiéndose a fuerza de negativas con la cabeza. Pronto empezó a susurrar, y más tarde a gritar: no…no…no…no, no, no…¡NO! Y cuando ya no podía dar más crédito a la situación, rompió a llorar y se fue.
Intenté cuadrarme al estilo militar, procurando aunar gratitud y dignidad en un solo gesto, aunque con la mandíbula despistada por la impresión, sé que no ayudé más que a despertar la simpatía por el pobre que, amén de torpe, es mudo.
Sea como fuere, la fortuna me sonrió a pesar de mi falta de expresión verbal, y ella también, con que repetí el gesto y todo fluyó sin más.
A las presentaciones sucedieron las frases de cortesía, entre las que intentaba escrutar alguna que otra indirecta. Si me tenía por nuevo o estaba haciendo de mí un títere, no puedo resolverlo, pues el sentido del acertijo bien podría discurrir en la dirección equivocada con tanta alegría, que daría con el romance al traste tan contentamente sin darme cuenta, y aún me preguntaría en qué erré.
Pero ya apurábamos el párrafo, cuando se me ocurrió que a esas horas, y por su aparente falta de rumbo, lo mismo tenía por buena mi compañía, y prorrumpí en una invitación al vacío, pues eso tenía que ofrecerle, ni más ni menos, como seguro para las próximas horas.
Contra todo pronóstico, aceptó encantada, y paso que viene, paso que va, alfombramos de anécdotas nuestro recorrido. Mentiría si dijera que no intenté asimilar algún dato a cada recodo que torcíamos, pero también lo haría si dijera que triunfé: era ella tan natural, tan propia de sí misma, que mi imaginación se desasió con la prudencia con que Lolo la tenía presa, y pronto comenzó a hacernos una vida juntos, así que me perdí en el camino como lo hice en su relato.
De la proposición inicial, de la que no recuerdo los términos, se desprendió una especie de pacto, por el cual a la noche lo de la noche, de manera que las confidencias vertidas, y fueron muchas porque se ve que visto aura de confesor, encontrarían coto seguro al amparo de Mercurio.
Recorrimos sendas vidas con más acierto que menos, y dimos a parar a un punto que la geografía tenía oculto, de eso estoy seguro, hasta ese mismo tiempo. Y en este lugar me asaltó el sentimiento de que no daba con el rastro del cálculo, ni de la venganza femeninas, lo que me hizo plantearme si no era ya presa del embrujo. Como su fragancia no me dejaba concentrarme en la tarea, di por buena la opción que tenía en la mano en ese momento y me enamoré.
Tan ricamente nos habíamos sumergido en nuestro nuevo mundo, que el tiempo sintió celos y no quiso respetar, y voló. Y en estas desperté del letargo y, formulando la última pregunta, me aventuré a procurar un segundo encuentro, por si los usos no estaban claros aún.
Ella quedó mirando la ciudad en dirección a la torre de la iglesia, y, obviándome, dijo: -¿Ves el camino que sube serpenteando, pero siempre paralelo al mar, que se pierde más allá del cementerio? Pues si lo sigues, y no es difícil, toparás con una finca con un lago.-
No conseguí salir de mi estupor hasta que la última de las tocadas hirió el silencio de la medianoche, trayéndome a la realidad del momento y arrojando mi compromiso al suelo.
Entonces me invadió una angustia, la angustia de ponerle fin a una suerte que no me habría atrevido a desear por avaro, pero que debía ser aplazada o resuelta si quería cumplir con mis deberes de amigo.
Como leyéndome la mente, me clavó la mirada entornada, como lo había hecho ya en los episodios anteriores, y me atravesó advirtiéndome que ya lo sabía todo. Tragué saliva y, cobrando el valor justo como para no abandonar a las piernas a su suerte, resolví:
-He de confesarte que mi sitio es ahora otro que no es este. A él he de acudir cuanto antes y he de hacerlo porque estoy enamorado y conozco la sensibilidad de quienes lo están a pesar de todo. He de acudir al rescate de dos ánimas que eligieron el amor a la vida, y abrazaron el precio de su redención por los siglos de los siglos sin protestar. Hoy vagan entre ambos mundos cantando su lamento con la intención de prevenir a quienes puedan sentirse tentados de su misma manera.
Y es por ello, y en su nombre, que si en algo te sientes conmovida, te pido un beso.
Únicamente me faltó arrodillarme y dar rienda suelta a la lágrima que contenía en el párpado para asemejarme en un todo a un pecador arrepentido.
Pero ella no debió de pensar eso. Lo cierto es que no pude saber qué le rondaba el pensamiento, porque se quedó inmóvil, mirándome, absorta en una incredulidad que poco a poco fue sacudiéndose a fuerza de negativas con la cabeza. Pronto empezó a susurrar, y más tarde a gritar: no…no…no…no, no, no…¡NO! Y cuando ya no podía dar más crédito a la situación, rompió a llorar y se fue.
Paralizado por el torrente de acontecimientos no pude seguirla y me hundí en la miseria. ¿Qué había dicho de más? ¿Acaso tuve por bueno un momento poco propicio para la confesión? ¿Habría malinterpretado las señales que parecía ofrecerme? ¿O es que me contaba ya como una víctima más de su tela de araña?
Estas y otras tantas dudas me azotaban la conciencia, y conociendo como conozco que existen unas horas en la noche, las que despuntan con el alba, en las que las ideas son turbias, porque andan en manos de los fantasmas de la noche, debí prevenir las reflexiones y volverme a dormir. Pero como quiera que por lo raro del sitio y lo desapaciguado que andaba, no atiné con el camino de regreso hasta la mañana siguiente, tuve tiempo de regocijarme en mi desdicha, hasta el punto de tomar en firme una decisión irrevocable: me volvía a Madrid.
Estas y otras tantas dudas me azotaban la conciencia, y conociendo como conozco que existen unas horas en la noche, las que despuntan con el alba, en las que las ideas son turbias, porque andan en manos de los fantasmas de la noche, debí prevenir las reflexiones y volverme a dormir. Pero como quiera que por lo raro del sitio y lo desapaciguado que andaba, no atiné con el camino de regreso hasta la mañana siguiente, tuve tiempo de regocijarme en mi desdicha, hasta el punto de tomar en firme una decisión irrevocable: me volvía a Madrid.
Me encanta! Te amo toó.
ResponderEliminar