De las innumerables especulaciones en torno al verdadero origen, composición, naturaleza y rango del amor hay pocas que tengan de fiables lo que de entretenidas y menos las que siéndolo se asoman a la verdad. Yo conozco de varias. La más certera, aún sin documentación homologada ni más testimonio que el mío que la sustente, sería la de que, por una alocada mezcla de fuerzas cósmicas, nuestro Señor, en su infinita sabiduría, hubiera tenido a bien concederse un capricho.
Tal día, amanecido en buenos humos, sopesó la idea que le venía rondando el pensamiento sin mucho tino, porque aún era temprano y no acertaba a ver con claridad si aquello era lucidez o falta de glucosa.
Toda vez que Morfeo hubo emprendido la marcha, se avino a conceder la idea como buena: era tiempo de crear el amor.
La tarea, en principio, no revestía mayor dificultad que deslizar el pulgar y el índice cadera abajo hasta el punto adecuado y, una vez allí, apretar, retorcer y desprender. Aquello sería el primer y primordial elemento. De ahí se suma en pares: locura y frenesí, desvelo y emoción, energía e inapetencia, historia y devenir, y batir con celo, añadir impaciencia y verter a toda pasión.
Tres días y otras tantas lunas de pruebas, sumas y restas, despropósitos y genio y el invento tomó cuerpo. Orgulloso, el Grandísimo, pecho henchido, remangado hasta los codos y la estancia hecha un Cristo, miró a los ojos a su creación y, posándola con cuidado en el alfeizar, se tornó para hacerse con mejor perspectiva, con tan mala suerte que la descamisada articulación topó con el vértice más próximo y de ahí saludo y despedida.
En el traspié se interrogó acerca del porqué de su mala fortuna, maldijo al de abajo y suspiró fuerte por entre las barbas para, finalmente, lapidar: será mejor así.
Hete aquí el origen, pero su descubrimiento por alma mortal no está, ni mucho menos, tan claro. Los testimonios se apelotonan en una y otra direcciones; Juramentos, dimes y diretes refuerzan las historias de quienes se tienen por descendientes del primer gran afortunado: el primer hombre que amó. Sin embargo únicamente nos haremos eco de la más plausible de todas, aunque sólo sea por el qué dirán.
Descartamos en este punto las clases de amor, tan numerosas como variadas, pues aquí nos referimos, con ánimo excluyente, al amor entre un hombre y una mujer.
Resuelta la cuestión continuemos:
Continuará…
Tal día, amanecido en buenos humos, sopesó la idea que le venía rondando el pensamiento sin mucho tino, porque aún era temprano y no acertaba a ver con claridad si aquello era lucidez o falta de glucosa.
Toda vez que Morfeo hubo emprendido la marcha, se avino a conceder la idea como buena: era tiempo de crear el amor.
La tarea, en principio, no revestía mayor dificultad que deslizar el pulgar y el índice cadera abajo hasta el punto adecuado y, una vez allí, apretar, retorcer y desprender. Aquello sería el primer y primordial elemento. De ahí se suma en pares: locura y frenesí, desvelo y emoción, energía e inapetencia, historia y devenir, y batir con celo, añadir impaciencia y verter a toda pasión.
Tres días y otras tantas lunas de pruebas, sumas y restas, despropósitos y genio y el invento tomó cuerpo. Orgulloso, el Grandísimo, pecho henchido, remangado hasta los codos y la estancia hecha un Cristo, miró a los ojos a su creación y, posándola con cuidado en el alfeizar, se tornó para hacerse con mejor perspectiva, con tan mala suerte que la descamisada articulación topó con el vértice más próximo y de ahí saludo y despedida.
En el traspié se interrogó acerca del porqué de su mala fortuna, maldijo al de abajo y suspiró fuerte por entre las barbas para, finalmente, lapidar: será mejor así.
Hete aquí el origen, pero su descubrimiento por alma mortal no está, ni mucho menos, tan claro. Los testimonios se apelotonan en una y otra direcciones; Juramentos, dimes y diretes refuerzan las historias de quienes se tienen por descendientes del primer gran afortunado: el primer hombre que amó. Sin embargo únicamente nos haremos eco de la más plausible de todas, aunque sólo sea por el qué dirán.
Descartamos en este punto las clases de amor, tan numerosas como variadas, pues aquí nos referimos, con ánimo excluyente, al amor entre un hombre y una mujer.
Resuelta la cuestión continuemos:
Continuará…
Hoy más que nunca. Hola amoooooooooooooooooor
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