Unos labios hidratados. Estando a punto de perder la vida en la II Guerra Mundial, le ofrecí mi vaselina a mi compañero, porque él ya se la había comido toda. Pero él me dijo que no hacía falta, que tenía crema de manos Nivea. Le grité mientras lloraba que no fuese tonto, que ya encontraríamos algún chino de aquí a Stalingrado, pero se negó, porque él sabía que lo único que necesitaba era algo de grasa. Así que, si alguna vez os veis envueltos en la II Guerra Mundial y se os secan los labios, no dudeis en besar al tipo más gordo de la compañía.
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