De purando

Hoy, de buenas, me he topado con el desengaño. No era mujer, para variar, pero olía igual de bien. Dos horas, de las últimas 504, han servido de sustento para que yo despotricase, muy educadamente, contra: el sistema, los seguros, la idiosincrasia española, el pecado original y las tabacaleras. Y todo ello a los pies del que fuera la sede central del BSCH y pisito de soltera de la hija del presidente de la firma, mi prima lejana, padres forzosos o con ocho basta. Dos asaltos y a la lona.
Al auxilio de mi crisis existencial ha acudido mi madrina, hada de dos, ahora tres niños. En mi consuelo diré que no toda la culpa es de la edad, que buena parte es común al entendimiento adulto, con que insuflé aire, me coloqué el blazer y pasé página.
No tengo motivos para creer que algo cambiará. Únete a ellos, me arengaron, sin siquiera intentar vencerlos. Total, el precio de hacerlo bien vale un paseo por el ABC Serrano. Y lo he hecho. Doce tiendas después pienso que nadie cambiará nada y con esa actitud, menos. Los trajes tostados seguirán siendo de gente del otro lado de la incertidumbre, donde todo se ha vivido ya y los recuerdos no dejan espacio a nada nuevo, salvo que se parezca a los recuerdos, que, por cierto, se hacían mejor antes. Me llamarán “chico”, se preguntarán que a qué viene esa mirada e intentaran recordar que me tienen que destruir de aquí al coche. Luego no podrán y la culpa será de la sociedad, que lo consiente todo, incluso el olvido.
A todo esto que me han etiquetado de político, pero de los buenos. No sé qué es peor. Tú podrías ser la cara de una buena empresa. O la buena cara de cualquier empresa. Véndete al mejor postor y luego sonríe, que son las 9 y estamos en el aire en 4, 3, 2, 1…