De los amigos debe uno esperarse cualquier cosa, ora pueden hacer un ídolo de uno, ora lo desplazan de su vida, pues la atención que requiere es torpe en ese momento y, como buenos amigos, siempre se puede retomar la relación en el punto anterior.
Esto nada tiene que ver con el bueno de Lolo. Natural de Granda, alternó el descanso y el trasnoche entre Málaga, Jaén, algunos destinos inconfesables, y, cómo no, Madrid.
De su estancia en la capital se desprendió nuestro encuentro: compañeros de fatigas y no tanto, anduvimos en marcha próxima en los estudios, a lo que no pudimos por menos que dirigirnos el saludo. Roto el hielo adjuntamos esfuerzos por hacerlo más llevadero, y, como el roce hace el cariño, hoy le profeso un amor fraternal y presumo de una rozadura perenne en el codo.
De él puedo decir sólo virtudes. No es que el recuerdo de las jugarretas sea borroso, o que aquéllas se vean aplastadas por las primeras. Lo que sucede es que en él todo es entrega, prudencia, firmeza, decoro, hospitalidad, gratitud, memoria, sueño, energía y amor.
Además me ocurre que, pudiendo redirigirse alguna a defecto análogo, no tengo pulso emocional bastante para sugerirlo, porque sabiendo lo sabido y viviendo lo vivido, cada malentendido torna a desprenderse en varias de las bondades apuntadas, cuando no en una muy sólida.
Superado el llanto del reencuentro me sugirió cobrar algo de fuerzas en una fonda cercana después de asentarme.
A los pocos momentos ya andábamos al mismo ritmo sereno, cosa que, de siempre, le ha alegrado de mí: -“Mira que eres raro: provienes de la ciudad más ajetreada de España y andas como si quisieras que te dejaran atrás”- decía entre carcajadas largas y rápidas.
En el tramo de la estación a su casa repasamos sin pormenorizar algunos asuntos importantes, pero al calentar el sentimiento, sea porque el cielo ya desmayaba en púrpura, sea porque las vértebras recolocadas ya permitían el riego sanguíneo sin censura, terminé por confesarle la impresión de la morena que me sustrajo el sueño y la razón.
Tras reparar en que lo primero estaba por comprobar, y lo segundo era del todo imposible, pues uno no puede hacerse con lo que ya no se encuentra, advirtió que la muchacha era autóctona del lugar por parte de madre, abuelo y sucesivos y que no distaba tanto su morada, apenas a media hora a pie, como su alcance.
Te cuento – repuso tras casi atragantarse de la risa – que la chiquilla cuenta 24 primaveras, de las que ha ido coleccionando lo mejor, aunque también, y debió de ser en la decimotercera, por aquello de la superstición, guarda en su ser una pena en forma de maldición.
Eres tan ajeno a mi emparejamiento, que no me extraña que lo demores con maniobras fantásticas. Pero, dime, ¿en qué consiste el embrujo? – respondí.
- ¡Ay, hijo del escepticismo! Reposa en lo más profundo de su corazón, al que no tiene acceso ni el más avispado, un dolor. El lúgubre poso es el fruto del desengaño, de la desconfianza hecha regalos, músculo y ropas, de quienes la vienen a rondar sin éxito, porque ella no es capaz de amar. Se distrae con la más tonta impresión de que nada es bastante, por lo que desdeña a cada aspirante, bien sea porque no calza número suficiente, carece de proporciones acordes, o arrastra las sílabas en demasía.
¡Jajaja! Pero eso no es hechizo ninguno, sino herida de amor. Baste con saber, ¿tuvo algún amante previo al encierro amoroso?
- Así es. Se llamaba Lucio Moro, e hizo buena fama de su apellido, pues a base de intrigas consiguió la admiración de tu amada para luego abandonarla a su suerte, no sin antes prometerle que volvería.
Al paso del tiempo no sucedió su retorno y ella quedó destrozada. Sus esperanzas trocaron en decepciones y templó la luz que irradiaba, porque ella era alegría y hoy ya no lo es más.
- Cómo sois la gente del Sur, ¿y se puede saber dónde se encuentra el rastro del Demonio?
- Cómo sois los de la capital. Pues en que cada vivo aprendiz de las artes amatorias y cada consabido maestro del cortejo que ha osado rondarle, ha quedado paralizado en su hombría, no habiendo excepción al caso de quienes fueron hombres y volvieron ratones por los restos.
-¿Ah, sí? Pues te diré que mañana quiero que me acerques a ella, porque tengo entre mis intenciones la siguiente.
Continuará…
Esto nada tiene que ver con el bueno de Lolo. Natural de Granda, alternó el descanso y el trasnoche entre Málaga, Jaén, algunos destinos inconfesables, y, cómo no, Madrid.
De su estancia en la capital se desprendió nuestro encuentro: compañeros de fatigas y no tanto, anduvimos en marcha próxima en los estudios, a lo que no pudimos por menos que dirigirnos el saludo. Roto el hielo adjuntamos esfuerzos por hacerlo más llevadero, y, como el roce hace el cariño, hoy le profeso un amor fraternal y presumo de una rozadura perenne en el codo.
De él puedo decir sólo virtudes. No es que el recuerdo de las jugarretas sea borroso, o que aquéllas se vean aplastadas por las primeras. Lo que sucede es que en él todo es entrega, prudencia, firmeza, decoro, hospitalidad, gratitud, memoria, sueño, energía y amor.
Además me ocurre que, pudiendo redirigirse alguna a defecto análogo, no tengo pulso emocional bastante para sugerirlo, porque sabiendo lo sabido y viviendo lo vivido, cada malentendido torna a desprenderse en varias de las bondades apuntadas, cuando no en una muy sólida.
Superado el llanto del reencuentro me sugirió cobrar algo de fuerzas en una fonda cercana después de asentarme.
A los pocos momentos ya andábamos al mismo ritmo sereno, cosa que, de siempre, le ha alegrado de mí: -“Mira que eres raro: provienes de la ciudad más ajetreada de España y andas como si quisieras que te dejaran atrás”- decía entre carcajadas largas y rápidas.
En el tramo de la estación a su casa repasamos sin pormenorizar algunos asuntos importantes, pero al calentar el sentimiento, sea porque el cielo ya desmayaba en púrpura, sea porque las vértebras recolocadas ya permitían el riego sanguíneo sin censura, terminé por confesarle la impresión de la morena que me sustrajo el sueño y la razón.
Tras reparar en que lo primero estaba por comprobar, y lo segundo era del todo imposible, pues uno no puede hacerse con lo que ya no se encuentra, advirtió que la muchacha era autóctona del lugar por parte de madre, abuelo y sucesivos y que no distaba tanto su morada, apenas a media hora a pie, como su alcance.
Te cuento – repuso tras casi atragantarse de la risa – que la chiquilla cuenta 24 primaveras, de las que ha ido coleccionando lo mejor, aunque también, y debió de ser en la decimotercera, por aquello de la superstición, guarda en su ser una pena en forma de maldición.
Eres tan ajeno a mi emparejamiento, que no me extraña que lo demores con maniobras fantásticas. Pero, dime, ¿en qué consiste el embrujo? – respondí.
- ¡Ay, hijo del escepticismo! Reposa en lo más profundo de su corazón, al que no tiene acceso ni el más avispado, un dolor. El lúgubre poso es el fruto del desengaño, de la desconfianza hecha regalos, músculo y ropas, de quienes la vienen a rondar sin éxito, porque ella no es capaz de amar. Se distrae con la más tonta impresión de que nada es bastante, por lo que desdeña a cada aspirante, bien sea porque no calza número suficiente, carece de proporciones acordes, o arrastra las sílabas en demasía.
¡Jajaja! Pero eso no es hechizo ninguno, sino herida de amor. Baste con saber, ¿tuvo algún amante previo al encierro amoroso?
- Así es. Se llamaba Lucio Moro, e hizo buena fama de su apellido, pues a base de intrigas consiguió la admiración de tu amada para luego abandonarla a su suerte, no sin antes prometerle que volvería.
Al paso del tiempo no sucedió su retorno y ella quedó destrozada. Sus esperanzas trocaron en decepciones y templó la luz que irradiaba, porque ella era alegría y hoy ya no lo es más.
- Cómo sois la gente del Sur, ¿y se puede saber dónde se encuentra el rastro del Demonio?
- Cómo sois los de la capital. Pues en que cada vivo aprendiz de las artes amatorias y cada consabido maestro del cortejo que ha osado rondarle, ha quedado paralizado en su hombría, no habiendo excepción al caso de quienes fueron hombres y volvieron ratones por los restos.
-¿Ah, sí? Pues te diré que mañana quiero que me acerques a ella, porque tengo entre mis intenciones la siguiente.
Continuará…
Ay amigo! Nunca sabré si esto de ser del Sur es un regalo o una maldición...
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