El sol azuzaba la inconsciencia con insistencia, todo sea porque en aquel verano ni Apolo tenía mejor quehacer. Yo le andaba no muy a la zaga tonteando con la mirada en el techo esquivando pensamientos y agarrando ideas cuando me sobrevino un sofoco que creía tener aislado para el momento justamente anterior al despertar.
Llevaba tiempo intentando desconectar de la rutina de la gran ciudad, así que apreté el abdomen, me incorporé y amontoné toda la ropa que creí necesaria en la maleta; apagué el teléfono, lo arrinconé en un cajón; y con todo el dinero del que fui capaz de hacer acopio con ese fin me fui. Dirección: Sur.
No tenía el ánimo torcido del todo, así que bien que pude conjuntar medianamente pantalones, camiseta y chanclas con la bolsa de la que poco más sabría hasta mi vuelta. El atuendo es importante: con él puede uno reflejar su estado emocional e, incluso, las aspiraciones vitales.
Del viaje poco puedo referir, porque lo malviví entre sueños e insolaciones, además de que carece de todo jugo, pero de su traqueteo salí, bofetón de bienvenida incluido por el clima local, a otro estado de tiempo: Cádiz.
Andalucía siempre es bella, máxime cuando se viene de un lugar del que no lo es. A mí me ocurrió eso, eso y que se me apareció la Virgen. Uno es devoto, más por no llamar la atención y porque el asunto de la fe lo tiene aún por madurar, que por educación. No obstante, y pese a las nada consistentes refutaciones de los allí ausentes, asistí al advenimiento del espíritu hecho carne, curvas y ojos, todos ellos oscuros a la retina humana. El nombre no me sería revelado, bastante tenía ya con sostener a duras penas el juicio y la vertical, hasta más adelante.
Su presencia lo fue todo en aquel momento. Los físicos, avistado el objeto de estudio en Facebook, coinciden conmigo en que las de 3 a muchas dimensiones se aunaron por el tiempo que tarda una chiquilla en cruzarse, como quien no quiere la cosa, por mi entendimiento.
Para ahorrarme la frustración de intentar captarla con palabras adjunto una foto. En ella aparece con los más bellos ropajes, sólo susceptibles de aprecio por las mentes más brillantes. El resto la contemplarán de manera más vulgar: ¿como Dios la trajo al mundo? No, porque en su presentación, habida cuenta de su naturaleza celestial, iba de lo más engalanada. Arreglada, pero discreta. De manera que la apreciarán en carne pura los que no lleguen al punto de inteligencia de los ya mentados.
Por fortuna o por desgracia el visionado de la foto se somete a los mismos requisitos.
Al filo del encontronazo se dignó a tirarme la mirada propia de un lugareño a un coche de gran cilindrada antes de la llegada del Tuning, con que, fuera por mis méritos de foráneo, fuera porque el viento amenazaba con turbarle el peinado, me regaló un vistazo de arriba abajo y un nudo en el estómago.
De ahí partí hacia la casa de mi amigo, a la sazón posada, de cuyas bondades os hablaré en el siguiente capítulo.
Llevaba tiempo intentando desconectar de la rutina de la gran ciudad, así que apreté el abdomen, me incorporé y amontoné toda la ropa que creí necesaria en la maleta; apagué el teléfono, lo arrinconé en un cajón; y con todo el dinero del que fui capaz de hacer acopio con ese fin me fui. Dirección: Sur.
No tenía el ánimo torcido del todo, así que bien que pude conjuntar medianamente pantalones, camiseta y chanclas con la bolsa de la que poco más sabría hasta mi vuelta. El atuendo es importante: con él puede uno reflejar su estado emocional e, incluso, las aspiraciones vitales.
Del viaje poco puedo referir, porque lo malviví entre sueños e insolaciones, además de que carece de todo jugo, pero de su traqueteo salí, bofetón de bienvenida incluido por el clima local, a otro estado de tiempo: Cádiz.
Andalucía siempre es bella, máxime cuando se viene de un lugar del que no lo es. A mí me ocurrió eso, eso y que se me apareció la Virgen. Uno es devoto, más por no llamar la atención y porque el asunto de la fe lo tiene aún por madurar, que por educación. No obstante, y pese a las nada consistentes refutaciones de los allí ausentes, asistí al advenimiento del espíritu hecho carne, curvas y ojos, todos ellos oscuros a la retina humana. El nombre no me sería revelado, bastante tenía ya con sostener a duras penas el juicio y la vertical, hasta más adelante.
Su presencia lo fue todo en aquel momento. Los físicos, avistado el objeto de estudio en Facebook, coinciden conmigo en que las de 3 a muchas dimensiones se aunaron por el tiempo que tarda una chiquilla en cruzarse, como quien no quiere la cosa, por mi entendimiento.
Para ahorrarme la frustración de intentar captarla con palabras adjunto una foto. En ella aparece con los más bellos ropajes, sólo susceptibles de aprecio por las mentes más brillantes. El resto la contemplarán de manera más vulgar: ¿como Dios la trajo al mundo? No, porque en su presentación, habida cuenta de su naturaleza celestial, iba de lo más engalanada. Arreglada, pero discreta. De manera que la apreciarán en carne pura los que no lleguen al punto de inteligencia de los ya mentados.
Por fortuna o por desgracia el visionado de la foto se somete a los mismos requisitos.
Al filo del encontronazo se dignó a tirarme la mirada propia de un lugareño a un coche de gran cilindrada antes de la llegada del Tuning, con que, fuera por mis méritos de foráneo, fuera porque el viento amenazaba con turbarle el peinado, me regaló un vistazo de arriba abajo y un nudo en el estómago.
De ahí partí hacia la casa de mi amigo, a la sazón posada, de cuyas bondades os hablaré en el siguiente capítulo.
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