Tres

A la mañana siguiente, y tras cotejar que la teoría de mi compadre no adolecía, como de costumbre, de error ninguno, amanecí en muy buen ánimo. El sueño en el Sur es especialmente reparador, como la comida, la bebida, las mujeres y demás pecados, de ahí que sostenga que los bandos de cualesquiera ciudades lo bastante congestionadas de frenesí deban recoger el período de descanso obligado en Andalucía, sin hacer por ello menor consideración del resto de territorios.
Una vez hube llenado el buche abundantemente, pues es una muy sana costumbre que adquirí en parte de un amigo, Nemesio Díaz, y digo en parte porque él reproduce el ritual en cantidad y calidad idénticas cinco veces al día, me dirigí a la calle con intención de pertrechar el primero de los pasos de mi plan, para lo cual había de hacerme con una idea detallada del urbanismo de la zona.
Consumado, pues ya en una mañana tuve tiempo de recopilar la información pertinente, me entretuve en pasear por los alrededores de la casa prohibida.
Como bien me había advertido mi dormilón amigo la suya era una finca de buenas proporciones: tierras para el cultivo, la crianza y cuidado de caballos, el entretenimiento y, por supuesto, la habitabilidad.
Los terrenos se componían de tres casas: la del servicio, la de invitados, y la de los señores; amén del establo; el granero; el molino; y un lago de muy curiosa ubicación, así como el resto de la verdura, entre la que destacaban los viñedos.
En todo ello se apreciaba un cariño perpetuado durante generaciones, buen gusto y un algo solemne. ¿Qué era? No sabría decir, quizás tuviera que ver con toda la actividad que bullía en su interior, tan perfectamente sincronizada a fuerza de uso y descalabro, que, sin embargo, moría en el lago, tan quieto.
Acosado por Lorenzo, que ya caía a pico en medio del cielo, la curiosidad iba dejando paso a apetitos más mundanos, cuando, y puede que provocado por la sobreexposición al sol, me sobrevino una alucinación de lo más placentera.
Era ella. Caminaba a pasos impares por el verde mirando al suelo, obnubilada. Yo me agazapé como por instinto, el instinto del predador al avistar la añorada presa, lo que sirvió para sustraerla de sus cavilaciones y mirar, con los ojos enormemente abiertos y una ceja más levantada que la otra, hacia la cancela bajo la que me guarnecía. Escrutó con celo desde lejos y, entonces, soltó un silbido muy gracioso.
Yo me quedé en punto intermedio del enamoramiento perpetuo y la intriga nerviosa del explorador ante una tumba, la cual daría paso al agarrotamiento muscular cuando, de la espesura, surgió el perro más tonto y protector que haya parido pluma, y que se dirigió como una exhalación al lugar exactamente colindante al mío. Levantó las orejas; erizó el lomo; dejó caer la lengua; tragó saliva; y, levantando la pata, reafirmo su título de propietario de aquellos lares, para luego volver al mismo ritmo a su dueña y, más airadamente, a sus quehaceres.
Tras premiar al can con una caricia, una sola, entornó los ojos, torció la boca, y retomó su pensamiento en dirección al lago.
Yo ya me daba más que por satisfecho, cuando mis plegarias tomaron cuerpo en forma de tormenta de verano. El viento azuzó y, coqueteando con sus vestidos, guiñó y me recreó con sus piernas. Mi corazón, sumido en mi mismo impacto, se asomó al pecho para hacerse con mejor perspectiva, acompañando a mi respiración y mi noción del tiempo. Juraré que jamás he visto muslos más tersos, y lo haré aun a pesar de los 100 metros que nos separaban.
Entonces ella echó las manos rápido al desaguisado con tanta naturalidad que se me escapó una risotada que ahogué enseguida. Ella no se inmutó. Yo esperé. Ella se dio la vuelta, se sacudió la falda y, levantando la vista poco a poco, dirigió con precisión hacia mí: “Hola… de nuevo.”
La adrenalina me agitó; temblé; quise responder; quise gritar; quise saber lo que quería, pero el cielo acudió en mi socorro y rompió aguas. Ambos salimos disparados en busca de asilo y ahí la perdí.

1 comentarios:

  1. Cuidado, amigo! Que los cortijos son como fortalezas, protegen incondicionalmente a las princesas...

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A ti, querido amigo:

He de agradecerte que hayas decidido visitar mi Blog (no cabe duda de que tienes un gusto exquisito). Y si en realidad has tropezado y caído aquí, o sólo has entrado para ver cómo se salía, te invito a que te des una vuelta. Aunque recuerda: se toca, pero no se mira.

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