Delicatessen

taJueves 13 de marzo de 1657

Mi querida prima,

Ojalá os escribiera por gusto y pudiera contaros las delicias de mi vida en Madrid y de lo hermoso que es todo lo que me envuelve, ojalá os escribiera sólo por el placer de intentar describir vuestra fermosura con palabras y fracasar inevitablemente, ojalá esta carta fuera una más de las muchas que hubiera querido escribiros. Lo cierto es que me encuentro en una situación delicada, me temo que definitiva.
Mi querida dulcinea, sabéis vos tan bien como yo que jamás he tenido suerte con las mujeres, no porque no las adore y sirva en todo cuanto me piden, no porque no las guarde y alabe como la más exquisita figura bizantina, no porque no las colme de mis más bellos versos tantas veces como las musas acuden para susurrarme al oído... Por alguna razón que se me escapa, aunque consiga en ocasiones quizá distraer jóvenes corazones, ofrecer sosiego a labios distraídos, ser ventura de doncellas sosegadas, lo cierto es que jamás he conseguido ser amado ni en cuerpo ni en alma.
Pues bien mi querida flor, resulta que a este estúpido que tenéis por pariente se le presentó, por fin, la bendición de caer en los brazos de una mujer, de una mujer francamente hermosa. A pesar de haberse figurado tantas veces en sueños y despierto este formidable momento, por ser la primera dama que se le ofreciere de horizontal, este ingenuo soñador no tuvo la prudencia de preguntar si estaba casada, si estaba casada con hombre de armas, ni si ese hombre de armas podía regresar a casa y encima interrumpir lo que por primera vez había empezado y no contento con ello desafiarlo a un duelo a muerte a la mañana siguiente sin la cortesía de dejarle terminar, amén.
Sin duda os hacéis cargo de la situación en la que me encuentro. No soy ducho en esgrima ni en nada que exija buen tino de mis manos ni robustez de mis piernas, no puedo siquiera plantearme el horror de atravesar a alguien sin que me tiemble la voy y se me nuble el monóculo y, por si fuera poco, tengo alergia a las acacias que serán escenario de tan desigual batalla. ¿Qué más podría pedir mi adversario...?
Por ello, mi reina, no por capricho tomo la precaución de despedirme de vos. Quería pediros una última plegaria por este desdichado, que guardéis nuestros bellos secretos de infancia y que, si se os ofreciera la ocasión, venguéis mi más que probable y humillante muerte... Perdonadme esta última indiscreción, querida mía, sin duda producida por la aflicción que me inculca la proximidad de la muerte y la seguridad de no volveros a ver. Recibiré lo que bien merezco, nada guardo contra la bella mujer que me ha condenado ni contra las demás mujeres de mi vida por haberme desatendido, ni siquiera contra el apuesto caballero que tendrá la bondad de enseñarme el milagro del reposo eterno, sólo espero que tenga la delicadeza de acabar conmigo de golpe franco, sin demasiado estropicio para mi débil cuerpo. ¡Maldita mi torpeza y maldito el sino al que me lleva!
Aún en mi desfallecido y febril estado, no quiero dejar de agradeceros para siempre vuestro sincero afecto, que es lo más que he obtenido de una mujer que no fuera el descuido de mi nacimiento. Por ello, además de haber dispuesto para vos de mis de humildes pertenencias, os envío mis mejores deseos para este mundo y para el que sigue, un largo y fuerte abrazo para que os cubra mi ausencia y esta carta como la mejor prueba del sencillo amor que siempre os he profesado.

En fin y por siempre...
Vuestro Raoul.

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