Al llegar a casa Lolo me estaba esperando con el gesto torcido y el ánimo cargado, dispuesto a soltarme una bofetada entre la cara y el cuello. Yo levanté las cejas y derramé cuánta agua había sido capaz de recolectar, ofrendándosela en medio del salón, a lo que él respondió con un suspiro pesado y un muy masticado: “anda, cámbiate, que tengo que hablarte”.
Sonreí lo más tontamente que sé y me di la vuelta dejando tras de mí una invitación al sopapo, como bien diría mi madre.
Prevenido el constipado y con la escena del cortijo aún en mente, tomé asiento y un pensativo Lolo, porque no tenía romero y no sabía qué especia podría estar a la altura, comenzó a farfullar latinismos y juramentos hebraicos. Entonces comprendí que era pasado el mediodía y que de poco estaría el pobre en punto próximo a la inanición. Así que lo asalté a la vieja usanza y lo seduje a golpe de puchero: - Sea lo que sea que me tengas que contar, tendrás más tino con el estómago lleno, con que agárrate el apetito y vámonos a la fonda de la que no paras de hablar, que voy compensarte todas las maldades en tres platos, vino, pan y postre -.
Y dicho y hecho. De ahí a que presentaran el primer ungüento procuré hablar lo mínimo, de lo menos trascendental y, por supuesto, obviando el episodio, al menos en parte, que acabada de vivir.
Tras el queso; el jamón, jamón; la sopa de ajo; el filete con papas; la ensalada; y dos jarras de vino la sangre ocupada entonces en congestionar la cara de mi colega emigró al sur, y comenzó a divagar encantado hasta llegar, previa regañina de las que si no suelta no duerme tranquilo, al tema que lo tenía atravesado:
- Tengo entre mis preocupaciones, que la verdad son pocas, una que sembró recientemente una anciana del pueblo, la señora Melindres. Me contaba que tiene en su parcela un pozo del que, mediada la noche, surgen unas voces misteriosas, según dice, de los fantasmas de dos amantes que murieron allí huyendo del castigo del padre, pues se ve que el amorío estaba más que vetado y habrían de esperar a mejor vida para llevarlo a cabo. Total, que no tuvieron por mejor idea que la feliz de acelerar el fatal acontecimiento y de ahí que medien entre este mundo y el otro sin consuelo más que el mutuo.
- Ya. ¿Y en qué consiste exactamente el entuerto del que te sientes parte? Porque intuyo que de haberlo tomado por cuestión ajena, o por habladurías, lo que sin duda ya has descartado, no estaríamos sino elogiando el percal, que es muy bueno aquí.
- ¡Jajaja! No me conoces tú ni nada. De sobra sé que el negocio no reviste gravedad ninguna. Muy probablemente no se trate más que del ruido de algún animal amparado en la cavidad en comunidad con el miedo y la soledad de la pobre mujer. Pasa que el ingenio demostrado bien me merece un tanto de atención.
-Y…
-Y que tiene una servidumbre de vistas a punto de prescribir de la que pretendo no oponga objeción, con que he de contentarla en la medida de lo posible, y eso nos incluye a ambos.
De manera que repondremos fuerzas e iremos a pasar la noche cerca del pozo.
- Ya veo. ¿Y cómo pondremos fin al lamento de las pobres ánimas? Porque hasta donde yo sé tú tienes de sacristán lo que yo de noble.
- Entonces afila tu virtud, que deberá bastarnos con eso. – sentenció, y pidió más vino.
Una vez hube soterrado la poca fortuna que me quedaba, enfilamos el paseo marítimo, pues aún restaba tiempo de sobra hasta la noche, de manera que, con muy buen criterio, Lolo decidió ir a pasar la tarde al son de la guitarra y el calor del rebujito, pues nada impedía que el mal trago fuese acompañado de otros más gustosos.
Yo, en cambio, aproveché para escaparme en busca de reflexiones y fantasías, previa citación para medianoche en el fatídico emplazamiento.
Andadas y desandadas, con el corazón revuelto de júbilo, creo que todas las retorcidas callejuelas, y con la noche a punto de hacerse con todo Cádiz, tropecé con una de las maravillosas piedras de calzada antigua, la cual me invitó a conocerla más de cerca, y así lo hice.
Finalizada la visita abrí los ojos y, tras mi única maldición, porque soy hombre de educación cristiana, unos preciosos pies enfundados en sandalias de cuero me preguntaron:- ¿Estás bien? –
A lo que respondí que claro que sí, y al recuperar el sitio levanté la vista y se me heló el cuerpo entero: era ella.
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Me encanto tunante!!! te puse un mensajito en evangelion. muak!
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