Aun no puedo moverme. ¿Qué tendría que sentir después de esto? ¿Nervios? ¿Satisfacción? ¿Remordimiento? Tras 9 minutos sigo mirándola sin más.
Hace sólo 9 minutos del accidente, porque parecía que no podía ocurrir, así que lo llamaré accidente. Ningún jurado me condenaría, al menos si vieran lo que yo vi. Pero sólo me pueden oír y la historia fue así:
Había mediado la tarde, aunque puede que no tanto, porque aun tengo el lóbulo temporal afectado. Podría estar nevando y yo sólo recordaría el color de la pared, su vestido o la cara que puso cuando me hundí dentro de ella.
Debería de habérselo pensado otra vez. Estoy seguro de que a la undécima habría determinado que era tan mala idea como parecía, pero no lo hizo. Me miró fijamente, como se mira cuando se blande un secreto sin poder desenvolverlo; cruzó la línea y la razón se echó a un lado: “Vale. Si te hace feliz…”
En ese momento sí que me hizo feliz. Tensé los cuartos traseros y despegué del suelo haciéndome con su muñeca y, situándonos en la puerta del ascensor, susurré con sombra en los ojos: entra.
Ella bufó y me adelantó. Soltó una risotada y se dio la vuelta, apoyándose contra la pared con la carpeta en el pecho. Creía que no pasaría nada. Ya la había retado otras veces con lo mismo, pero nunca cumplía. Entonces ella se reía aliviada y me lo apuntaba en la cuenta.
Pulsé el botón y esperé a que la puerta entornase. Con el ruido de las cadenas no me oyó la respiración, no me vio darme la vuelta.
El momento era perfecto. La víctima era perfecta. El lugar era perfecto. Que sucediera, no.
La acorralé, lo que no fue difícil teniendo en cuenta la diferencia de tamaños; ella perdió la fuerza en las manos de la impresión; se dejó llevar. Me ayudé del pulgar para despejarle el cuello. Quedó a mi merced. El pecho, los hombros, el pelo, todo latía a mi ritmo. Era perfecto. Retuve el momento y caí.
La apreté contra mi cuerpo con firmeza, sin sentir que lo hacía con demasiada vehemencia, y la rocié con el aliento. Entonces todo fue perfume, calor, carne, saliva, un suspiro… y lo acepté.
Sé que cerró los ojos. Sé que se arrepintió al momento. Sé que contuvo la conciencia.
Sé que fue mía.
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Esto suena a historia tórrida
ResponderEliminarAiiiin, Cesar Paul, deja de dar rienda suelta a tu imaginación y pasa a la acción... No pieneses, actúa! Con quienquiera que sea la mujer ficticia de tu post... Aunque el protagonista tb puede ser una mujer, mmmm... ya deja de ser tórrido y se pasa a interesante tu post!
ResponderEliminarYa en un tono más serio. El problema es la última frase. Saber que fue tuya; y q ahora la toca otro; con guantes además.
ResponderEliminarNo sé si será realidad... pero has elegido bien. Las historias de amor inmortales son las de desamor. espero nuevas entregas con impaciencia. me gusta el blog. maria
ResponderEliminarAy Ay Ay!!! lujuria y amoríos en los ascensores de la facultad?...mmm...Tendré que usarlos más a menudo ( y yo que no lo hacía por aquello de fortalecer...) De todas formas tu relato me recuerda mucho a esas novelas sobre el amor y otras tantas mentiras de Rosamunde Pilcher. Cietamente abrumador, querido "compi". Tina*
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